Fotografía: Javier Ara |
La preservación y continuidad de la vida, tanto animal como de las cosechas, motivó el surgimiento de un rico conjunto de ritos por los cuales, y tras la realización de variados actos, se protegía la vida de los ganados o se aseguraba la fertilidad y productividad de la tierra
En todas ellas se repetían cuatro elementos clave:
-el fuego: relacionado con el deseo de que el sol tome fuerza y salga del período de muerte invernal. Tenía un valor profiláctico y protector.
-los cencerros: con su ruido conducen, de modo positivo, el devenir de la naturaleza
-el baile: en el que la infancia manda
-cuestaciones y comidas
Además, las hogueras servían de afirmación de la comunidad.
Los que se quedaban se dedicaban al mantenimiento casa (en el hogar: desarrollo artesanal relacionado con lo textil, la madera, o la cestería, se cortaba leña, se encubaba el vino, se cuidaba del ganado que no bajaba a tierra baja) y al mantenimiento de los bienes comunales: se arreglan paredes, caminos, etc…
Esta fiesta es una demostración más de la perfecta sincronización que existía, hasta hace unas décadas, entre la economía, lo festivo y lo natural.
A continuación, van a poder escuchar tres testimonios recogidos por Enrique Satué en su libro Siente. Testimonios de aquel Pirineo.
En el primero escuchamos a Teresa Pardo (1922, Barbenuta):
En el segundo a Antonio Oliván Orús (1923,Aso):
Y, por último, a Manuel Arnal Bergueras (1922, Berbusa):
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