Este precioso reloj de pared procede de la vieja escuela del núcleo primigenio de Sabiñánigo.
La maquinaria, que se encuentra protegida por una caja de madera policromada con decoración floral, está adornada con un relieve de hoja de lata sobredorada que alude al nacimiento de Cristo, con dos ángeles que sostienen las lecturas “AVE MARÍA” y “EVANGELIE”. En la cuna del niño se pueden leer las iniciales del artesano “C.P”.
Este reloj, de marca “Supervielle”, fue realizado en Oloron, según podemos leer en su esfera.
De esta ciudad, así como de Tarbes o Pau, procedían los relojes que decoraban las salas o comedores de muchas casas de estas montañas.
Esta abundancia hizo expresar a Wilmes: “se tiene la impresión de que un activo viajante de comercio que recorrió estos altos y apartados valles recibió el encargue de proveer de relojes a todas las casas acomodadas, pues siempre es el mismo tipo de reloj”. (Wilmes, 1996: 169)
Aparecieron a finales del XIX, más como elemento diferenciador, para mostrarlo en las fiestas a la familia, que como algo práctico.
Antes, estos objetos no eran tan usados como ahora, no hacían tanta falta, ya que todo el mundo sabía la hora observando la marcha del sol, viendo las sombras que hacían los edificios, árboles, montes…..Trabajaban de sol a sol. El sol y el estómago iban parejos, eran las saetas de un reloj virtual.
Una vez al año venía un relojero ambulante que los engrasaba y repasaba.
Eran traídos por los hombres, sobre todo tiones, o hermanos solteros del heredero, que marchaban a trabajar al Pirineo francés a finales del otoño (época inactiva en la montaña) en las conocidas como “migraciones golondrinas”.
Estas migraciones, principalmente, tuvieron lugar en la segunda mitad del siglo XIX y se prolongaron hasta la Guerra Civil. El destino era desde Clermont Ferrant hasta Las Landas y Burdeos, siendo esta última población y los alrededores de Pau, Tarbes, Lourdes, Tolouse y Olorón los focos principales de acogida.
El viaje solía ser toda una odisea. Los hombres se reunían en Biescas, formando grupos, para pasar luego el puerto de Portalet afrontando las primeras nieves.
Allí trabajaban en granjas, en los bosques, la minería, en la construcción, en obras públicas, etc. trayendo siempre de vuelta, en el regreso primaveral, mercancías como planchas de Toulouse, relojes de pared, paraguas de pastor o batiaguas hechos con radios de bambú para no atraer el rayo, pasamontañas, cencerros hechos en la localidad de Nay, equinos lechales comprados para recrío, lechones traídos hasta el pueblo en la alforja, etc. No traían, como vemos, el dinero ganado en estos trabajos sino productos que en su localidad de origen no había.
Queremos terminar esta entrada con el precioso cuento: "El reloj francés" que aparece en el libro de Enrique Satué: Pirineo de boj.
Pincha aquí para leerlo.
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